Abdellatif Laâbi, escritor marroquí: el combate continúa

Abdellatif Laâbi nació en 1942 en la ciudad de Fès, Marruecos. En 1963 participa en la creación del Teatro Universitario marroquí y en 1967 funda, junto a otros compañeros, la revista Souffles, un hito fundamental en la vida cultural de Marruecos. La revista fue prohibida en 1971 y Abdellatif Laâbi fue detenido, torturado y condenado a diez años de prisión por su oposición intelectual al régimen. Hacia 1980 es liberado y se exilia en Francia en el año 1985. Desde entonces, vive (con Marruecos en el corazón) en las afueras de París. Es su vida, la primera fuente de una obra plural (poesía, novela, teatro, ensayo) situada en el encuentro de culturas, anclada en un humanismo de combate, una obra construida con humor y ternura. Recibió en 1979 el Premio Internacional de Poesía, concedido por la Asociación de las Artes de Rotterdam ; en 2009 el premio Goncourt de poesía y el Grand Prix de la francophonie de l’Académie française en 2011.

En el manifiesto del primer número de la revista Souffles, usted introduce el término «marasmo» para referirse a la literatura marroquí de los años sesenta. ¿Cuál era la situación y cuál es la situación actual? ¿Salió, la literatura marroquí, del estancamiento que ustedes denunciaban?

El marasmo del que yo hablé en aquella época, era aquel en el que nos había dejado la colonización, aquel que sus ideólogos presentaban como una misión civilizadora: un balance irrisorio al nivel de la educación y la enseñanza, una cultura nacional destruida, folklorizada, inferiorizada, dominada por los modelos occidentales. Es en este contexto en el que es necesario situar la emergencia del movimiento de la revista Souffles y su proyecto en el que se buscaba descolonizar los espíritus, reconstruir nuestra propia identidad, arrojar los fundamentos intelectuales y artísticos de la renovación cultural. Fue de este modo que pudimos subirnos con toda confianza al tren de la modernidad literaria y ocupar allí nuestro lugar dejando atrás nuestro complejo de colonizado. La literatura marroquí actual, según dicen incluso las nuevas generaciones, debe mucho a este salto emancipador de los años sesenta. Es una literatura plural, escrita en árabe clásico, árabe popular, francés y lengua amazighe (berbère). Ella hunde sus raíces en la diversidad cultural del país y se abre resueltamente hacia lo universal.

Hoy se habla de la primavera árabe en todo el mundo. ¿Qué lugar ocupa la literatura marroquí en este acontecer político-cultural?

Creo que la literatura, a semejanza de otras artes y del pensamiento crítico, contribuyó largamente a denunciar la opresión que los regímenes tiránicos hicieron sufrir a nuestros pueblos. Contribuyó a exacerbar la necesidad de libertad, libertades colectivas o individuales. No fue por casualidad que entre nosotros, los intelectuales, hayan pagado un alto precio en este combate por denunciar las injusticias y dar consistencia al sueño de una sociedad regida por los valores y las reglas de la democracia. Lo que hoy se denomina «primavera árabe» no ha llegado por un fenómeno de generación espontánea. Fue preparada durante décadas en condiciones particularmente duras. Hoy, la literatura en Marruecos trata de ocupar su lugar normal incluso si sufre grandes desventajas (analfabetismo de una parte de la población, ausencia de una verdadera política cultural en lo que respecta al Estado, debilidad en el ámbito editorial y de la difusión, rareza en cuanto a las traducciones a otras lenguas).

Usted y muchos escritores del Magreb como Tahar Ben Jelloun, Albert Memmi o Laroui, se encuentran dentro de lo que se podría llamar la «Literatura magrebí de expresión francesa». En la época de Souffles, y en razón de la utilización de la lengua francesa, se los acusaba de ser «producto del colonialismo y cómplices del neocolonialismo» (Souffles, nº 18, 1970). ¿Cuál es su opinión? ¿Qué relación hay entre cultura y lengua?

Puede parecer paradojal, pero la tarea de descolonización cultural se realizó entre nosotros utilizando la lengua del ex colonizador. Los escritores de la generación de mis mayores como los de la mía, tuvieron que escribir en la sola lengua que nos habían enseñado en la escuela colonial. Esto es válido también para un gran número de escritores africanos y antillenses. Imagínese que yo si no hubiera nacido en la parte sur de Marruecos, bajo el protectorado francés, sino en la parte norte, bajo el protectorado español, tal vez hubiese sido un escritor marroquí de expresión española. Dicho esto, si quisiéramos tratar acerca de este tema de manera más amplia, creo que esta relación exclusiva de la literatura a una lengua, un país, una nacionalidad, hoy se ha vuelto caduca desde hace más de medio siglo. Incluso si un escritor maneja perfectamente su lengua materna, puede elegir pasar a otra lengua. Milan Kundera, en el apogeo de su gloria, decidió escribir en francés. Mucho antes que él, Samuel Beckett, había decidido lo mismo. El escritor italiano Antonio Tabuchi, utilizó tanto su lengua natal como el portugués. Sea lo que sea, lo más importante para aquellos que aman la literatura, es lo que hay en la obra de un escritor, no la lengua en la cual se ha escrito. En mi caso personal, y yo supongo que en el suyo también, las tres cuartas partes de los libros que uno lee son traducciones.

El año pasado apareció Maroc, quel projet démocratique?, su último libro. Al mismo tiempo en Marruecos se discutía la nueva constitución. ¿Hay lugar para la democracia en el Marruecos de hoy?

En todo caso, la lucha contra el arcaísmo del régimen marroquí, contra la explotación y las injusticias padecidas no ha cesado con la independencia. Lo más duro se desarrolló bajo el reinado de Hassan II. Un período trágico que los pueblos de América Latina han conocido bien bajo las dictaduras militares. Hoy, nosotros tenemos cierto retraso en relación a ustedes, pues no se trata del reestablecimiento de la democracia sino que se trata de su establecimiento por vez primera en nuestra historia. En este proceso, hubo recientemente algunos avances concernientes a los derechos humanos, la libertad de expresión, los derechos de las mujeres y el reconocimiento de la lengua y de la cultura berbères. No obstante, estamos todavía lejos del Estado de derecho y de instituciones realmente democráticas. Por lo tanto, el combate continúa, especialmente con la oposición al proyecto integrista y el mejoramiento de la instauración de la laicidad.

¿Qué lugar ocupa el Islam, en cuanto cultura, en su literatura y su vida de escritor?

No me hago esta pregunta todos los días pues no soy ni practicante ni creyente en el sentido habitual de los términos. Y cuando me hago la pregunta, respondo a ella como suelo hacerlo en el campo de la literatura, donde trato de forjar mi propia lengua de escritor, donde trato de encontrar mi propia voz de poeta. A las creencias, les aplico este principio: permanecer libre frente a ellas, y de la o las culturas que ellas han producido, libar como la abeja que debe hacer su miel. Es así que del Islam retengo su magnífica literatura sufí, su sentido de la justicia y de la fraternidad cuando se lo interpreta bien. Es decir que mi universo espiritual e incluso mi relación con lo sagrado no se limita a las religiones establecidas. Para mí una búsqueda tal, se puede producir paralelamente o fuera de las religiones. El llamado arte profano es una de las mejores ilustraciones de esto.

Acaba de publicarse en Córdoba, Los frutos del cuerpo (Alción, 2012). Muchos de sus libros han sido traducidos al español. ¿Qué opinión le merece la recepción de su obra en América Latina?

Por el momento, esta recepción permanece confidencial, ¿no le parece a usted? A pesar de ello, dicha recepción me llena de alegría pues tengo un lazo afectivo e intelectual privilegiado con los pueblos y las culturas de ese continente humano. Sin querer halagar, pienso que las literaturas latinoamericanas se encuentran entre las más vivas, las de mayor inventiva a escala universal, y son aquellas que mejor comprendieron una cosa que me es particularmente cara: que la literatura gana cuando está más cerca de la vida, de las dichas y desdichas de la condición humana, y además cuando trata todo eso con un arte consumado del humor destructor de las ideas recibidas de los poderes vampíricos y de la estupidez corriente.

Reportaje por Leandro Calle
Revista X La Voz del Interior, Mayo de 2012

Un poeta irreverente

La traducción de Los frutos del cuerpo de Abdellatif Laâbi muestra el lado erótico de la obra del escritor marroquí conocido por su activismo político y su compromiso con la libertad y la democracia de su país.

Un hombre que estuvo preso durante la plenitud de su vida sin dudas necesita desarrollar múltiples personalidades para sobrevivir a sus captores y a sí mismo. Abdellatif Laâbi pasó ocho años en una cárcel de Marruecos, en la década de 1970, acusado de atentar contra la seguridad del Estado. Entró a los 30 años y salió a los 38 y poco después se exilió en Francia, donde vive hasta hoy. Contó la experiencia en una novela titulada Le Chemin des ordalies, que es básicamente el relato de un desdoblamiento entre el hombre habituado al régimen carcelario y el hombre que explora el mundo recuperado como si naciera de nuevo.

 

Al igual que muchos escritores contemporáneos pertenecientes a lo que hasta hace un tiempo se denominaba el Tercer Mundo, Laâbi supo desde muy joven que encarnaba una contradicción entre la dinámica propia de la historia literaria, donde las fronteras tienden a borrarse, y la historia de su país en la que abundan las fronteras políticas, religiosas, económicas, linguísticas, raciales y regionales.

En ese punto de difícil convergencia, Laâbi trató, y sigue tratando, de proyectar sus ideales literarios pluralistas al campo de la política interior y exterior de Marruecos. Traducidos al territorio de lo público, esos ideales significan más democracia, más tolerancia y más libertad. Su trabajo no es nada fácil: escribe en francés, lo que hoy se considera una especie de lavado de cerebro colonialista en su país, y defiende la separación entre Estado y religión, lo que va en contra de las corrientes más poderosas de la ideología musulmana.

Un libro raro
Pero lo que nos interesa es que ese hombre marcado por la persecusión, comprometido con la causa de Marruecos, ese hombre que sigue escribiendo artículos políticos y firmando solicitadas, ese mismo hombre publicó en el año 2003 un libro raro: Les Fruits du corps. En los más de cien breves poemas que pueblan sus páginas, Laâbi se desprende de esa corteza de visiones apocalípticas y agudo sentido de la realidad que caracterizan al resto de sus libros y entrega algo distinto: una serie erótica, una celebración del amor carnal y la belleza de los cuerpos.

Ahora, gracias a la traducción de Leandro Calle y al sello cordobés Alción editora, Los Frutos del cuerpo puede leerse en la Argentina en una edición bilingüe, francés-español. El poeta marroquí, nacido en 1942, ya tenía 60 años cuando publicó el libro, de modo que estos textos eróticos atraviesan una doble barrera de pudor: la de su condición de autor serio y maduro y la de una época en que el sexo se supone una gimnasia juvenil.

Laâbi es consciente de la rareza de su libro y de allí que en su página web oficial (www.laabi.net) lo presente con estas palabras desafiantes: “A algunos los sorprenderá esta vena erótica en un poeta cuya obra suele ser reducida a la experiencia de la cárcel y al tono de denuncia. Tal vez me han leído mal hasta hoy o sólo han leído lo que esperaban de mí. Sin embargo soy imprevisible desde hace mucho tiempo, no por vanidad intelectual, diría, sino por una especie de deontología que me impone un cuestionamiento permanente, una búsqueda de formas nuevas, una exploración minuciosa del inagotable campo literario. De modo que no finjan sorpresa. Es imposible no darse cuenta de que Los Frutos del cuerpo surge de las canteras de mi propia materia literaria: el amor en todas sus acepciones, la aprehensión sensible y sensual de los seres y de todo lo que puebla el universo. Este libro se alza contra la hipocresía y el consumismo. Canta en voz baja la apoteosis de la unión carnal en la suave y violenta locura de amar.”

Siempre es interesante comprobar cómo una voz habituada a la plaza pública sintoniza en la frecuencia de la intimidad y se adapta a las dimensiones de una habitación cerrada. Laâbi lo consigue gracias a un exquisito esfuerzo de contención. No es la herencia un tanto empalagosa del Marqués de Sade, Baudelaire o Bataille la que pesa sobre sus palabras, sino la mucho más leve de la poesía amatoria árabe, cortesana, ingeniosa y sugerente. Un ejemplo clarísimo:
“Ese collar/ que resiste/ a la completa desnudez/ y traza/ una vaga frontera/ entre lo lícito/ y lo ilícito”.
Prácticamente no hay ninguna alusión directa al cuerpo de la mujer y, sin embargo, gracias a ese collar, la silueta apenas esbozada adquiere la temperatura y la textura de la piel femenina. El sentido del pudor es una especie de balanza que mantiene el equilibrio entre el deseo y la ley, genera una tensión, una dialéctica, que no carece de cierta gracia, como lo demuestra este otro poema:
“Rodillas así lustradas/ reflejarían la luna/ cuando nace/ Ellas decretan/ el fin del Ramadán/ cuando acaba de ser anunciado”.

Composición erótica
Esa es la primera pero no la única referencia a la religión en el libro de Laâbi. Los Frutos del cuerpo no está integrado simplemente por una secuencia de poemas eróticos, sino que es una verdadera composición, en el sentido musical del término. Se divide en cuatro partes y cada una de ellas desarrolla una serie de núcleos temáticos sometidos a variaciones.

En la primera parte, luego de la presentación de la mujer amada, se va imponiendo una especie de cosmogonía del amor, en la que los cuerpos se asimilan a islas, hiedras, árboles o constelaciones.
“Sonrisa que se esfuma/ como su astro de origen/ ¿cuántos años luz/ harán falta vivir/ para alcanzar su eclosión?”
También aparece la noción de que el amor, el cuerpo amado, es un don, algo que cae del cielo de forma inesperada.

En la segunda parte, ya en el primer poema, surge la idea del mal, una idea casi cabalística o gnóstica del mal, como un error en una palabra, una sílaba o un acento. Esa nota discordante se prolonga en muchos poemas de la sección a través de sutiles relámpagos de una conciencia que trata de superar las divisiones físicas y metafísicas. Así, por ejemplo, las diferencias de género entre hombre y mujer quedan suprimidas en tres versos:
“Odio la virilidad/ mas no la que te es agradable/ viniendo de mí”.
En otro poema, el juego erótico se transforma en una versión irónica de la dialéctica del amo y el esclavo que las relaciones sexuales reproducen de manera inconsciente: “Cuando tomo/ la iniciativa/ no hago más que obedecer/ Entonces, díctame/ Tú sabes que soy/ un buen escriba”.
Ese “díctame” imperativo que evoca tangencialmente a una “dictadura” altera todo orden jerárquico y a la vez lo restaura y lo conserva intacto para un goce supremo.

En la tercera parte, las referencias a la religión cobran fuerza y la voz entrenada en la denuncia de Laâbi se escucha a través de ese medio tono amatorio:
“Cuando los teólogos/ enturbanados o no/ se meten con el sexo/ eso/ me corta el apetito”.
Pero va un poco más allá de la protesta en contra de los legisladores sexuales, sean éstos sacerdotes o sexólogos, da a entender que el deseo no puede conciliarse con ninguna ética:
“Cuando todo milita/ a favor del deseo/ y sin duda alguna/ se impone el cuerpo a cuerpo/ la virtud se vuelve/ un poco vil”.

En la cuarta y última parte, se opera una retracción a la intimidad biográfica, a las circunstancias personales, y así se multiplican las alusiones a la imperfección de los cuerpos, a la edad, al paso del tiempo y a la idea de la muerte de uno de los amantes (el mismo poeta). El amor al que canta Laâbi es terrestre y de allí esta necesidad de anclarlo a su propia vida y a la de la mujer que lo acompaña (su esposa, Jocelyne Laâbi, nunca nombrada en el libro, pero presente en todas las páginas). Un ejemplo exquisito de este amor añejado:
“En tus manos/ el tiempo se ha ensañado/ pero no ha podido hacer nada/ contra la suavidad”.
Y como se trata de una mujer real y no ideal, la tradición poética del amor cortés, neoplatónico, que se impuso en occidente desde el siglo XI, cuando surgió de la pluma de los nobles poetas provenzales, y se prolongó hasta los poetas románticos del siglo XIX, es invertida en los poemas de Laâbi, dada vuelta, puesta boca abajo, mediante un acto verbal de elegante irreverencia:
“A la elegida/ de mi corazón/ y del resto/ yo no hago mi reverencia/ cuando eso hierve/ y punza/ A decir verdad/ es más bien mi irreverencia/ lo que yo le presento”.

Carlos Schilling,
Deodoro,
Revista de la Universidad nacional de Córdoba (Argentina),
Mayo de 2012

Lo propio, lo ajeno… y lo ajeno, lo propio

Queridos amigos,
No sé si ustedes piensan lo mismo que yo, pero, cada vez que me invitan a participar en coloquios de esta clase como el que hoy nos reúne, tengo la misma obsesión, la de ser nuevamente confrontado por las sempiternas preguntas: ¿Por qué escribe usted? ¿Para qué sirve la literatura? y, porsupuesto esta otra, inevitable: ¿El escritor debe ser un escritor comprometido? Y, cada vez, me encuentro en una situación donde respondo mal que bien a esas cuestiones con el sentimiento de hacerme trampa. Pues, a las interrogaciones que han perdido su ardor a fuerza de un uso desconsiderado, ¿cómo responder para quedar más cerca de lo que no cesa de moverse en nuestra práctica de la escritura, en la literatura a través del mundo, en nuestra vida como individuos y en la condición humana en general?

Agradezcamos entonces a nuestros anfitriones del Instituto Cervantes que se han apiadado de nosotros apartándose de este camino trillado para proponernos temas de reflexión que abren el apetito.

El de hoy, particularmente me hace sentir muy cómodo. Me evita un ejercicio que considero bastante vano, aquel de la teorización. Un escritor, a fortiori un poeta, no está obligado a ser teórico de aquello que escribe. Su pensamiento, pues tiene uno, a menudo bien construido, es intrínseco a su obra. Su arte es en sí mismo un modo particular de percepción, de conocimiento y de reflexión, inseparable de otras funciones y virtudes que uno le atribuye normalmente: el trabajo sobre la lengua, el imaginario, la memoria colectiva, las mentalidades y el gusto, los cuestionamientos existenciales, la búsquda de la belleza y de la verdad, sin olvidar el posicionamiento ético que implica la defensa de la dignidad humana y el rechazo de todos los fanatismos.

Queridos amigos,
Perdónenme este impudor de hablar de mi mismo, pero creo que mi experiencia personal me permite evitar el escollo de la abstracción y puede servir de ilustración concreta para el tema sometido a nuestra reflexión. Y si de este tema, invierto las proposiciones, es porque me parece que esta formulación da cuenta de manera más fiel de lo que yo soy en la vida y en la escritura, a saber un hombre de l’entre-deux: nómada más que sedentario, a caballo de dos lenguas, dos culturas, dos continentes humanos, no viviendo de ningún modo esta condición en el desgarro o la alienación, sino viviéndola como una búsqueda permanente de sí y del otro, de todos los otros. Es por eso que a veces digo: «Soy un ezquisofrénico feliz… casi». Ustedes juzagarán por sí mismos.

Mi lengua materna es el árabe. Pero, por razones ligadas a la historia colonial de mi país, escribo en francés. Y es en esta lengua en donde tallé, esculpí poco a poco mi lenguaje de escritor. Sin embargo, mi lengua primera no desapareció. Ella permanece siempre ahí, trabajando mi texto, dándole sonoridad, colores, aliento y, por qué no, alas que no hubiese tenido nunca si yo hubiera sido monolingüe. Sobre esto, nuestro recordado Abdelkebir Khatibi tenía razón de hablar de una bilengua.

En tal ecuación uno puede ver bien que lo propio y lo ajeno no hacen otra cosa que cohabitar. Hubiera preferido otra traducción de estos términos: lo íntimo y lo lejano; o simplemente el yo y el otro. En todo caso, hay siempre allí un juego de espejos permanente, en una mutua atracción que hace mover las líneas de identidad, rompe los moldes y se aventura en territorios desconocidos, en experiencias inéditas.

Otra ilustración. La intimidad que tengo con la lengua francesa hubiera podido llevarme lógicamente hacia la literatura escrita en esa lengua. Ahora bien, es la literatura rusa, y en primer lugar la obra de Dostoievsky, la que ha provocado en mí, al salir de la adolescencia, la necesidad de escribir. Mas tarde, Maiakovsky, Nazim Hikmet, Federico García Lorca, Antonio Machado y Miguel Hernández a quienes reconocí como mis hermanos mayores en poesía, no Éluard y Aragon en los que el estatuto de grandes poetas es incontestable. En la madurez, los continentes literarios que no ceso de explorar, aquellos que me alimentan cotidianamente y me hacen avanzar en mi propio trabajo, están situados en América Latina, en Japón, a veces en Italia, Portugal, España, en las periferias de donde ha surgido lo que Édouard Glissant llama la «literatura-mundo» (África subsahariana, Magreb, Oriente Próximo, Antillas, India-Pakistan, Irán, Afganistán, etc.) Es por otra parte, en este movimiento donde me gusta situarme y no en el cajón de la literatura magrebí de expresión francesa en la que ciertos medios literarios tienen tendencia a encasillarme.

Con este ejemplo, vemos que la ecuación de lo propio y lo ajeno funciona en sentido de descentramiento, de la libre construcción de sí por sí mismo. El cierre identitario puede obrar en diversos dominios, con los efectos mortíferos que ya conocemos. No hay sin embargo ninguna prisa en el campo del arte donde la razón de ser y la regla son la obertura a la diversidad, la ósmosis, la fecundación mutua, el renovamiento creador.

Tercera ilustración. Aún cuando yo resida en Francia desde hace un cuarto de siglo, la materia esencial que construyo en mis obras poéticas, novelescas y otras tiene un lazo umbilical con Marruecos, ese país, «que me es herida y pasión». Yo soy como muchos escritores un ser del exilio, unas veces interior, otras exterior, y de vez en cuando los dos. Y eso, tiene efectos particulares en mi sensibilidad, la mirada que tengo sobre el mundo, mi percepción de los otros, los lugares, el tiempo. Y aquí, quiero hacerles una confesión, no por halagar a nuestros amigos españoles, sino porque esta revelación, relativamente reciente, ha conmovido mi vida.

Fue yendo regularmente a Andalucía, donde descubrí que era ahí, exactamente ahí, donde yo me sentía, no «en mi casa» sino, digamos, menos exilado, más en armonía con la tierra, el aire, la luz, los seres humanos. Allí, la cuestión del yo y del otro se evapora. No tengo nada para dar, nada para reivindicar. No juzgo y no soy juzgado. Me siento en mi elemento, totalmente libre. Hay también una historia familiar, por parte de la familia de mi madre, que me atribuye una ascendencia morisca inverificable. Vamos, se los aseguro y los tranquilizo que jamás he tenido la idea de disputar a alguien esta tierra, simbólica o físicamente.

Este vínculo con Andalusía nació primeramente de un deseo de la lengua española, adquirido cuando estaba en prisión, y que se confirmó seguidamente cuando comencé a atravesar España. Resultado: vivo, entre mi búsqueda de mi país de origen y mis fascinacones andaluzas, en una suerte de desdoblamiento. Cuando estoy en Fès, mi ciudad natal, me sucede, en horas y lugares precisos, sentirme bruscamente en Granada. Cuando estoy en Granada, Sevilla, Jerez, Córdoba, Almería, se produce lo mismo a la inversa. Tengo la impresión de mensurar las callejuelas de Fès, aspirar los mismos aromas, reencontrar la misma luz, los mismos colores.

Hasta aquí he comentado el vínculo que tengo con Andalusía. Hubiera podido comentarles también las relaciones muy similares con la tierra y los hombres de Palestina, de Siria, por razones que ustedes pueden cómodamente adivinar, sobre todo en estos momentos trágicos para los pueblos de ambos países.

No obstante, prefiero hablarles de otro vínculo, todavía más paradojal. Me sucedió, en una de mis obras de teatro, Le Juge de l’ombre, escribir una escena donde relato cómo he descubierto una tarde, en París, en el momento en que escuchaba a un grupo de tango en una sala que se llamaba Les trottoirs de Buenos Aires, cómo entonces descubrí que yo era…argentino. Me contentaré con citar la última frase que puse en boca de mi personaje llamado El árabe errante:

«Cuanto más avanzaba la tarde, esta evidencia se me imponía. El hecho de no haber puesto nunca los pies en Argentina me parecía irrisorio. Había en mí, con una fuerza inaudita, el recuerdo pasado y futuro de una tierra donde yo había sido esculpido en la arcilla, el sollozo desgarrador de una música que hacía bailar mi sangre, el viento negro de una historia en donde me reconocía en todas las tragedias. ¿Cómo decir? Ser argentino, me colmaba, reavibaba el fuego nuevamente, un nuevo llamado hacia lo que soy y todavía no puedo ser. Desde entonces, sé que el hombre no nace de un tirón en cualquier parte. De hecho, él no termina de nacer.»

El otro que se vuelve propio, y lo propio que se disuelve para llegar a ser mágicamente el otro, se debe en este caso preciso a dos factores, el primero musical, el segundo político.

De todas las música que me dicen algo (clásica, jazz, árabe, notablemente las canciones de Mohammed Abdelwahab, etc), no es necesarimente la marroquí la que me emociona al punto de sacudirme, sino el tango. Y ahí, no es necesario querer explicar lo inexplicable. La relación de cada uno de nosotros con la música es compleja, compete casi al misterio. En cuanto al factor político, comporta a su turno un elemento musical: el descubrimiento de la Canción de protesta de los años setenta y ochenta — Víctor Jara, Atahualpa Yupanqui, Mercedes Sosa, Daniel Viglietti, Violeta Parra, el Cuarteto Cedrón, Quilapayún, etc. Ese movimiento musical que acompañó las luchas contra las dictaduras militares resonó en mí muy fuertemente en la época en que en Marruecos vivíamos las mismas pruebas: desapariciones, tortura, prisión, camaradas caídos en el transcurso de la lucha.

Desde entonces, sentirme argentino en un momento dado no tenía nada de aberrante. Aquello expresaba la adhesión a una cultura, las luchas ejemplares que me fueron de un gran auxilio primeramente durante mi momento de prueba en la cárcel, luego en mi labor de escritor y mis combates de ciudadano intelectual.

A esta altura de la reflexión, quisiera llamar la atención sobre el hecho de que el duelo entre lo propio y lo otro puede introducirse también en el debate político y obligarnos a tomar partido. Les doy como ejemplo la situación en la que me encuentro cada vez que las relaciones entre España y Marruecos se vuelven tensas respecto de la cuestión del Sahara occidental, del estúpido asunto de la Isla Perejil, o de las ciudades de Ceuta y Melilla. Y, sin el dominio de esta dialéctica de lo propio y lo ajeno, yo no hubiera podido tomar posiciónes desde el principio, posiciónes molestas para un campo como para el otro, pues ellas denuncian los desvíos nacionalistas y el peligro de los consensos. Creo que, sin esta dialéctica bien dominada, es difícil introducir la ética en el corazón de la política y el principio de justicia por encima de las pertenencias y las solidaridades estrechas.

Para volver a nuestro tema y concluir, diría que lo propio, lo que uno cree es el núcleo duro de nuestra identidad, es tal vez lo más difícil de manejar, lo que opone más resistencia a nuestros esfuerzos de apertura y nuestra necesidad de plenitud. Es necesaria una gran lucidez y mucho coraje para volver a la discusión, hacer crítica, elegir conforme a nuestros deseos, garantes de nuestra libertad. Es en todo caso una cuestión previa para la adquisición de una nueva conciencia lo que este patrimonio tiene como más fecundo y luminoso, para que lo propio llegue a ser la llave de lo otro y el camino más seguro hacia él.

En estos tiempos de doblez identitaria, de estrechez del pensamiento y de las ideas de moda, el escritor debe, en honor a su función, estar en extrema vigilancia, buscar lo universal en si y en el otro, todos los otros, la defensa de los valores en condiciones de volver a darle un sentido a la vida y reconstruir la fraternidad humana.

 

Intervención al coloquio «De la condición doble del escritor»,
organizado por el Instituto Cervantes de Rabat,
7 de mayo de 2012

¿Y Marruecos?

Desilusión. Incertidumbre. Frustraciones. Acceso de rebeldía y sensación de impotencia a la vez. Eso es, me parece, lo que siente un número creciente de marroquíes, de jóvenes sobre todo, pero también de amplias capas de población que van desde las más desfavorecidas hasta la élite intelectual, pasando por las clases medias. El resultado, alarmante, de ese estado de cosas es la pérdida colectiva de lo que yo llamaría “el gusto por el porvenir”.
¿Cómo se ha llegado a eso? Después de las prometedoras aperturas del comienzo del primer decenio, hemos pasado a una fase de vacilaciones y luego de inercia. La política oficial se ha hecho ilegible a fuerza de ser opaca. La concentración de poderes se ha acentuado hasta tal punto que las reglas del juego político, en lo que al principio nos fue presentado como un proceso democrático, se han pervertido, son inoperantes.
Ante semejante callejón sin salida, es obligado constatar que el pensamiento político está lejos de aceptar el reto. Ha abandonado entre nosotros sus dimensiones tanto crítica como prospectiva para limitarse, digamos, a la crónica, a la reacción ante los acontecimientos cotidianos. Se ha acabado, por ejemplo, la firme reivindicación de una reforma constitucional con vistas a un justo reequilibrio de poderes y de su separación según las normas democráticas universalmente establecidas, por no hablar de una reivindicación ya expresada al día siguiente de la independencia, la de una Asamblea constituyente cuya misión fuera la de elaborar el contenido y las reglas de semejante reforma.
Abandonado así el taller institucional, ¿qué margen de negociación le queda a nuestra clase política, y sobre todo a los partidos que esporádicamente hacen aún alarde de alguna veleidad de independencia frente al poder? Para ellos, la negociación se reduce al número de carteras a las que aspiran les sean reservadas en el equipo gubernamental según los resultados electorales obtenidos, sean estos, por lo demás, controvertidos o no. Pobre ambición cuando es de pública notoriedad que este gobierno gobierna tan poco, a semejanza de un parlamento que, de por sí, también legisla tan poco.
Por su parte, la izquierda no institucional, que goza de una gran respetabilidad debido a los sacrificios padecidos en su combate contra el antiguo régimen, no ha conseguido adquirir una auténtica visibilidad política. Víctima del mal congénito de la división y, en lo que respecta a sus alas más combativas, de un cierto aislamiento ideológico, le cuesta asumir el papel que se esperaría de ella, precisamente el de impulsar la renovación del pensamiento político, el de proponer un proyecto alternativo de sociedad y el de abrir vías creativas a la movilización ciudadana.
En cuanto a la sociedad civil, a pesar de un dinamismo y de un grado de concienciación cada vez mayores, parece no haber tenido en cuenta el peso nada despreciable que representa en la relación de fuerzas políticas, sociales e intelectuales existentes. Sin embargo, muchas de sus realizaciones, a todos los niveles del desarrollo humano (con ejemplos a mano en la ayuda a las personas y a las capas de población más frágiles, o en la creación y en la animación cultural), denuncian la indigencia en estos terrenos tanto de la acción partidista tradicional como la de los gobernantes. Pero, a la larga, la dinámica que ella misma ha creado corre el riesgo de atascarse en tareas compartimentadas si no es impulsada por una visión del proyecto social en su conjunto, donde la construcción de la democracia sea una realización ciudadana basada en unos valores éticos en los que los políticos se inspiran cada vez menos, a pesar de que pretendan estar convencidos de ellos.
Del mismo modo, ante estas múltiples carencias, tan solo se puede constatar, con lágrimas en los ojos, que la élite de los pensadores, quienes en verdad hoy deciden, no son ni siquiera los economistas que en otras latitudes hacen y deshacen, sino los tecnócratas, los gerentes, los consejeros y asesores de toda laya, atentos sobre todo a las orientaciones fijadas por las instituciones financieras internacionales y a las pertinentes opiniones, según la fórmula consagrada, emanadas de las oficinas de estudios estratégicos (preferiblemente extranjeras).
El resultado es que Marruecos no está gestionado como un país que, en función de su asentada identidad y de la riqueza de su cultura, tendría que hacer valer sus bazas; donde el pueblo, artesano indiscutido de la soberanía nacional, debería tener algo que decir acerca de la gestión de sus asuntos y de la construcción de su porvenir; donde la sociedad, que nada ignora de lo que pasa en la aldea planetaria, desearía disfrutar también ella de los avances que se han venido realizando en el plano del conocimiento, de la educación, de la satisfacción de las necesidades materiales y morales, de los derechos y de las libertades. Marruecos se encuentra más bien gestionado como una mega-empresa o como una multinacional cuya finalidad es el enriquecimiento ilimitado de sus principales accionistas, sin perjuicio de que distribuya algunas migajas a los menores a fin de crear una clase que haga de tapón entre ella y la masa creciente de desamparados.
El despegue económico del país, del que ciertas primicias son indiscutibles y otras deben ponerse en tela de juicio, tiene ese precio. Y sobre ese altar, en el que se celebra de forma indecente el culto al becerro de oro, es el despegue democrático el que está siendo sacrificado. ¿Cómo se entienden si no los atentados reiterados contra la libertad de opinión, el hostigamiento a los órganos de prensa, las condenas a periodistas con los argumentos más falaces y, en otros terrenos no menos simbólicos, la dimisión del Estado ante el deterioro del sistema educativo o el desinterés por ese desafío superior que representa la cultura en la formación del espíritu de ciudadanía y de la estructuración de la plena identidad de una nación?
El guión así redactado, ya casi cerrado, no es seguramente el que nos esperábamos hace ahora justo diez años. Y nada hace presagiar que siga abierto a cualquier otra reescritura. De ahí la desilusión. La incertidumbre. Y las frustraciones. El acceso de rebeldía y la sensación de impotencia a la vez. ¿Debo recordar que la pérdida del gusto por el porvenir es una ganga para aquellos que no han esperado a esa comprobación para cultivar “el gusto por el pasado”, el más engañoso que exista, y se han posicionado como socorristas, y sedicentes altruistas, de las víctimas del sistema: los desheredados, los desesperados, los abonados a los milagros?
Los precedentes elementos de reflexión, concebidos, debo precisarlo, antes de los “acontecimientos” de Túnez, me refuerzan en la idea de que en Marruecos se impone un cambio de rumbo. A este propósito, la amalgama simplista, lo mismo que la política del avestruz, serían eminentemente peligrosos. Marruecos, con toda seguridad, y por multitud de razones, no es Túnez, pero algunos ingredientes que han estado en el origen de la llamada “Revolución de los jazmines” se encuentran, casi de manera idéntica y desde hace ya mucho tiempo, en nuestro país.
Si, como así lo creo, la mayoría de los marroquíes ansían una transición pacífica, pero irreversible, hacia la democracia, ha llegado el momento de un impulso ciudadano que implique a todas las fuerzas políticas, sociales e intelectuales que comparten la misma aspiración. Es la hora del balance crítico y autocrítico, del rearme del pensamiento, de la liberación de las iniciativas, de la clara afirmación de las solidaridades, del debate de fondo y de la sinergia entre todas estas fuerzas.
Para nuestros gobernantes ha llegado el momento de dar pruebas concretas de su voluntad de satisfacer semejante aspiración, la más urgente de las cuales deberá ser la de tomar medidas radicales con las que responder a un desamparo económico y social que ha alcanzado un umbral crítico. Ello implicaría, digámoslo sin ambages, la revisión de las decisiones económicas tomadas y del modelo de crecimiento puesto en marcha hasta nuestros días, que ha ahondado irremediablemente las desigualdades y las injusticias. La otra prueba que permitiría a la comunidad nacional restablecer el gusto por el porvenir sería un acto fundador, negociado con el conjunto de actores de la escena política y de la sociedad civil, con el objetivo de imprimir en la Constitución del país los principios de un Estado de derecho, instaurando la separación de poderes, la igualdad ante la ley y la protección de las libertades, pero también de un Estado de nuevo tipo que levante acta de la identidad cultural y de otras especificidades de ciertas regiones a fin de conceder a sus poblaciones la autonomía a la que tienen derecho.
Ante Marruecos se hace presente un nuevo cruce de caminos. La cita que la Historia nos ha fijado con él no admite ninguna espera. Ojalá puedan la razón y los intereses superiores del país conducirnos allí a tiempo y hacernos elegir el más seguro camino del progreso, de la dignidad y de la justicia, el camino del despegue democrático.

Traducción de Juan Ramón Azaola
El País,
31/1/2011

«La cultura es subversiva porque permite pensar libremente»

Su web personal se encabeza con una cita de Bakunin. ¿Se ha pasado del marxismo de Ila al-Amam al anarquismo?

Yo estoy de acuerdo con las ideas de Bakunin, con su itinerario político, ideológico, pero si lo cito es porque da una de las definiciones más bellas de libertad que conozco y he leído mucha literatura universal. Para mí, es la que está más cerca de lo que es la libertad, de lo que yo entiendo por libertad.Pero nada de militancia anarquista… No, no soy anarquista [ríe].

Souffles, la revista que fundó con 24 años, fue el corpus delicti en su condena a diez años de cárcel. ¿La poesía siempre es subversiva?

Sí, yo creo que la poesía es subversiva. Es como en el caso de la ecología con la protección del Medio Ambiente, pero con la lengua. Hoy en día, los discursos están cada vez más vacíos de contenido. Los discursos que se producen esconden la verdad, no la revelan. Así, la poesía trata de renovar la lengua cada día y crear un discurso libre, más que nunca, además.

Como preso político que fue ¿cómo definiría la libertad?

Cuando estuve preso, la frustración de la falta de libertad fue un gran dolor personal. Pero lo peor fue la falta de “estar en la realidad”, de poder continuar batiéndome por las ideas que yo había defendido antes de ser un prisionero. Yo reemplacé todo esto por la escritura, aunque ya era antes escritor. La escritura me funcionó como un buen incentivo, una buena palanca para lograr la libertad.

Abraham Serfaty… ¿Qué significa este hombre para Marruecos? ¿Y qué significaba para usted, amigo suyo?

Es un compañero de ruta, de combate. En el libro que acabo de escribir este año, que se titula Le Livre imprévu («El libro imprevisto»), hablo de él. Hay un capítulo en el que narro qué le debo, qué me ha aportado. Entre estas aportaciones destaco lo que me ha dado como persona judía que es, que me ha hecho entender la cuestión palestina. Él es un judío árabe que se reivindica como judío y como árabe al mismo tiempo. Así me ha hecho entender qué significa la lucha palestina y lo que puede traducirse de ella en otros pueblos como el marroquí. Él me ha enseñado algo muy difícil de comprender: la prevalencia de la solidaridad tradicional que hace que un hombre anteponga sus propios principios éticos a una ética, digamos, nacional o étnica. Y esto puede aplicarse por ejemplo al conflicto del Sáhara Occidental con Marruecos. Yo opto por una solución democrática que vele por una verdadera autonomía. Aunque también dentro de otro tipo de Estado marroquí que sea capaz de garantizar esa autonomía.

Algún autor de Souffles criticó al escritor marroquí Driss Chraïbi por mantenerse en el exilio, en lugar de luchar desde dentro del país, y le acusaba de perder el contacto con la realidad que lo inspiraba. Pero muchos han seguido su camino: Tahar Ben Jelloun, usted mismo… ¿Por qué los mayores escritores marroquíes viven en Francia?

¿Por qué todos los escritores latinoamericanos de países en dictaduras se fueron a vivir a Francia, Alemania, Italia, Estados Unidos o España? Yo creo que un escritor para cumplir con su función, tiene que vivir en las mejores condiciones de libertad. Llega un momento, en una dictadura, que ya no se pueden soportar las circunstancias en las que se vive. Para concentrarse en el trabajo, el exilio es una condición indispensable. Es una cuestión universal de la historia.

Volvamos a Marruecos. Los setenta: Los años de plomo. Los noventa: El cambio. ¿Por dónde se encamina Marruecos ahora? ¿Hacia delante o hacia atrás?

Hoy el islam es una cuestión política e ideológica. Y Marruecos está en ello. Hay comunidades musulmanes y todo. Yo combato este islam. Para mí es una religión que hay que respetar y escuchar pero que no debe inmiscuirse en la vida de la ciudad. Para mí la religión pertenece a la esfera privada, como el amor. No tiene que intervenir en la organización de la sociedad.

Usted escribe en francés, como muchos grandes escritores marroquíes. ¿Qué significa para un escritor escribir en una lengua que no es la suya materna?

Todo depende de la relación que se ha mantenido con la lengua materna, que yo llamo personalmente lengua natal y no materna, porque ¿por qué materna y no paterna, por ejemplo? Yo he perdido inevitablemente esta lengua. Yo estudié en un colegio colonial donde la lengua francesa era la que se enseñaba y en la que yo empecé a escribir. Habría que plantearse por qué en un momento dado Milan Kundera, que escribía muy bien en su lengua, empezó a hacerlo en francés. O Samuel Beckett. Muchas veces escribir en otra lengua responde a una necesidad de “descentralización”, como si al escribir en su lengua materna no se prestara la suficiente atención a cuestiones de la relación que el escritor debe mantener con la lengua. Una relación de vigilancia. Porque todas las lenguas condicionan, están condicionadas, como el escritor, por la historia de donde se han formado. El escritor no puede olvidar la cultura, el imaginario que la rodea, cuando trabaja en su lengua materna. Ésta lo hace un poco esclavo de todo eso.

¿Y qué significa para un pueblo que sus mayores intelectuales, desde Chraïbi pasando por Ben Jelloun hasta usted, escriban en una lengua que no es la del pueblo?

En un país como Marruecos hay todavía 40-45% de analfabetos. La escuela es catastrófica: se sale analfabeto intelectualmente. Así, la gran necesidad de Marruecos es la reforma, la revolución, pero en el terreno de la enseñanza. También está el efecto que provocan los escritores que escriben en una lengua que no es la nacional: tienen que ser traducidos. Hay que ocuparse de esa literatura que tiene que ser traducida para acercarla a la gente. Yo creo que hoy los países como Marruecos tienen la necesidad de contar con una o dos lenguas vivas extranjeras para poder estar en el mundo. No se puede vivir sólo con la lengua árabe, que ha experimentado una especie de decadencia en su propia sociedad. Para estar en contacto con el mundo y no ir a la cola, hay que tener otras lenguas para apropiarse conocimientos y noticias nuevas que evolucionan a un ritmo infernal. La situación política y social de estos países exige segundas y terceras lenguas internacionales que se enseñen en los colegios desde muy pronto.

La literatura árabe, es decir, escrita en árabe, es una de las más escasas a nivel mundial, pese a apoyarse en una de las culturas con mayor legado literario de la historia. ¿Por qué?

Porque lo que se llama mundo árabe está en inevitable decadencia social, moral, lleno de dictaduras que ponen coto a la libertad. Y así la cultura es la primera víctima de estos regímenes. Habíamos empezado cuestionando si la poesía es subversiva y sí, la cultura es subversiva porque permite pensar libremente y adquirir un espíritu crítico, lo que está en contradicción con las leyes de estos regímenes.

En 1967, en las páginas de Souffles, usted preguntó a Chraïbi por el lugar de la literatura norteafricana de expresión francesa respecto a la literatura francesa y respecto a la literatura árabe. ¿Qué respondería usted hoy a esa misma pregunta?

Puede considerarse que es una desgracia que muchos de escritores se expresen en una lengua que no es la suya, pero yo digo por el contrario, que en el caso de Marruecos hay una riqueza que cuenta con los escritores que escriben lengua árabe clásica, los escritores que lo hacen en francés y los escritores que escriben en lengua popular árabe. Hace trece o catorce años escribí una antología de poesía contemporánea y había textos en cuatro lenguas, lo que da cuenta de este pluralismo lingüístico que hay en Marruecos. Y no hay que oponer una lengua a otra alegando que si una es antinacional… no, hay que defender y velar por ese pluralismo para reconocer la diversidad. Si hay ese conocimiento habrá una pacificación de la cuestión y se dará por hecho que el pluralismo es una ventaja, una solución.

Usted también le preguntó a Chraïbi por el “atroz desarraigo de los trabajadores norteafricanos en Francia, y el racismo que sufren”. De esa pregunta han pasado cuarenta y tres años: media vida larga. Haga balance.

La inmigración en Francia, y en otros lugares como Italia, España…, ha ido cambiando en relación al perfil del trabajador que llega. Ahora hay una nueva generación que no viene a trabajar al campo, sino que ha ido a la escuela. Podríamos hablar de un exilio económico porque muchas veces son gente muy instruida. Aunque también es plural: es verdad que hay gente que viene al campo. Es una cuestión que hay que plantearse en el país de acogida, que debe plantearse qué pasa. Da igual que sea en Francia, en España o en otro país, todos los pueblos se han constituido a partir de aportaciones sucesivas de inmigrantes. No hay pueblos puros, no existen. Hay una raza: la humana. Hay que acoger y mezclarse, compartiendo. Es una realidad: la mezcla es el futuro del mundo. La única pregunta es cómo se va a gestionar eso y si se va a comprender y asumir. Ahora hay una situación conflictiva que hace ver la inmigración como un problema. La labor de los intelectuales es intentar mostrar lo que las sociedades ganan al aceptar a los inmigrantes. Hay que fomentar la tolerancia y la razón.

Y finalmente, usted dice a Chraïbi: “Qué espera usted de los jóvenes escritores de la nueva generación?” Responda.

Espero que no hagan lo mismo que yo. Que inventen nuevas formas literarias, que nos revelen otros aspectos de la imaginación… pero también que se apropien de todo lo que se ha hecho antes de ellos, haciéndolo parte de ellos para hacer otra cosa. Un escritor es quien sabe que la verdad literaria de la humanidad no puede estar muy lejos. Hay que integrar la herencia literaria y hacerla avanzar.

En Sevilla, Alejandro Luque,
Revista MediterráneoSur, octubre 2010

Marruecos, enfermo del Sáhara

Sí, es un grito de alarma el que me gustaría lanzar aquí. Marruecos se ve arrastrado actualmente, debido a la cuestión del Sáhara, por una corriente cuyo trastornador efecto para nuestros logros de los últimos cinco años no se mide suficientemente. Sin caer en la tesis fácil de la conspiración, se imponen algunas preguntas de sentido común: ¿a quién le interesa una desestabilización cuya amenaza se perfila en el horizonte?; ¿a quién beneficiará el caos que podría derivarse de ella? Las respuestas que vienen automáticamente a la mente, dictadas por un reflejo pavloviano, señalarán a los enemigos exteriores, dado que el frente interior es, por definición, sólido como el hormigón y sus actores están por encima de cualquier sospecha. Pero habría que ser ingenuo para no ver que son los nostálgicos del antiguo régimen quienes se frotan ya las manos. La bola que el régimen anterior encadenó al pie de su sucesor resulta ser una bomba de efecto retardado que fragiliza el actual impulso reformador y altera el mensaje.

Por lo tanto, la situación es propicia para una vuelta atrás, teniendo como detonantes, por un lado, las tensiones sociales y políticas internas que conocemos de sobras y, por otro, el estancamiento en el que nos encontramos en relación con la cuestión del Sáhara. Que esta vuelta se haga en el engranaje de la violencia y, por qué no, aprovechando un conflicto armado con Argelia, no desagradará a estos aprendices de brujo. ¿Acaso no participaron en el pasado en la política de la «tierra quemada» y utilizaron los mismos métodos que el régimen militar vecino para martirizar a nuestro pueblo y confiscar el proyecto democrático nacido con la independencia del país? Son, sin duda, los cómplices objetivos de una hipótesis catastrófica que debemos contemplar con lucidez. Y no son, por desgracia, los adalides de nuestra clase política, anquilosados en sus esquemas inamovibles, los que van a ayudarnos a evitar lo peor. La miseria de su retórica es tal que mantiene la esclerosis e impide la reflexión de fondo sobre un problema complejo cuyo tratamiento exige, además de valor y determinación, un verdadero avance del pensamiento político, cargado con una visión de futuro.

¿Podemos contemplar dicho avance y aceptar que las ideas, incluso las más perturbadoras, se enfrenten libremente? No hay nada menos seguro. Y ésta es la verdadera paradoja de nuestra vida política. Porque, si hay un logro de estos últimos años, seguramente es aquel que se ha concretado en Marruecos con la expresión libre del pensamiento. Muchos tabúes, cuya trasgresión en el pasado se hacía acreedora de las peores extorsiones, han estallado en pedazos. Haya «líneas rojas» o no, el resultado está ahí y no es poca cosa. Abarca todos los ámbitos y atañe a todos los temas sensibles. El único asunto en el que la fosilización del pensamiento sigue siendo la norma es el Sáhara. La visión de una salida del atolladero que sea honrosa, justa y provechosa para el progreso de nuestro proyecto democrático y la realización de nuestras aspiraciones al desarrollo, pero que también tenga en cuenta la dignidad de las poblaciones saharauis, sus necesidades económicas y sociales y su especificidad cultural, se echa cruelmente en falta. ¿Hemos realizado alguna innovación en algún campo desde la época del visir Basri, cuando el tratamiento de esta cuestión privilegió el aspecto de la seguridad y la creación de élites locales supuestamente afines a nuestros intereses, en realidad integradas mediante cooptación en un sistema basado en la corrupción y el tráfico de influencias? Acabamos de descubrir que en el Sáhara no hay únicamente tribus y jefes de tribu, sino que también hay una opinión pública y unos ciudadanos corrientes, la mayoría de los cuales son dejados de lado por este sistema, y que tienen algo que decir en relación con sus condiciones de vida, la gestión de sus asuntos y la construcción de su futuro. También es cierto que, recientemente, tras los atentados de Casablanca, se empieza a descubrir el Marruecos inútil, abandonado a su miseria y su desamparo, presa fácil de los mercaderes de la desesperación y del odio. Pero es obligado señalar que esta toma de conciencia es todavía embrionaria y sólo es defendida por una pequeña parte de la prensa independiente y algunas corrientes de la nueva izquierda. Por parte del Estado y de la mayoría de la clase política, la inercia es la única energía que pueda constatarse y el premio a la impotencia debe ser otorgado a nuestra diplomacia, que siempre ha tenido como única política la reacción. Parece ignorar eso que se llama iniciativa y, cuando reacciona ante unos hechos consumados, lo hace con una indigencia que se ha vuelto ciertamente proverbial en las cancillerías de todo el mundo. Digamos en su descargo que sus ademanes son sólo la expresión de una carencia a nivel del Estado, prisionero a su vez de un consenso elevado al rango de dogma y de un statu quo que trata de gestionar a duras penas.

¿Cómo pensar y debatir libremente en esta atmósfera malsana en la que el terrorismo intelectual está en su apogeo? Si realmente hay una «línea roja», está aquí. Por un lado, tenemos a los valerosos patriotas que velan para que no se cambie ni siquiera una coma de las tesis y fórmulas consagradas desde que se inició el problema. Por otro, sólo pueden existir traidores o nihilistas ganados a la causa de los enemigos de la unidad territorial. Creo que ya es hora, para nosotros los marroquíes, de aprender otro idioma que no sea el que hablan los loros cuando se trata de patriotismo y acabar con el monopolio patentado de algunos en la materia.

¿Qué clase de patriotismo es éste que practica la política del avestruz e impulsa ciegamente a un país y a un pueblo directamente contra un muro, e incluso hacia un precipicio? Por el contrario, ¿no es el verdadero patriotismo el que tiene como preocupación constante evitar a nuestro pueblo las desgracias y los sufrimientos que un conflicto violento podían infligirle? ¿Acaso Marruecos no ha quedado suficientemente arruinado durante décadas de arbitrariedad, de desorden, de corrupción y de olvido de regiones enteras del país profundo, para que se le exponga, cuando apenas levanta cabeza, a nuevos peligros? ¿No es el verdadero patriotismo, en Marruecos y en el mundo actual, aquel que lucha por arraigar entre los ciudadanos la cultura de la paz, de la tolerancia y de los valores democráticos? ¿Quién moviliza las energías para sacar al país del callejón sin salida del subdesarrollo, de la esfera de la dependencia, y para instaurar la justicia social y garantizar a todos el derecho al bienestar material y moral, fundamento de toda dignidad? Por último, ¿acaso el verdadero patriotismo no es aquel que se esfuerza en construir las herramientas del pensamiento libre y de laresponsabilidad del ciudadano? Cuando sabemos que tenemos otro peligro en casa, el extremismo que corre el riesgo de arrastrarnos a otras locuras sangrientas, hay motivos para reflexionar. ¿Somos incapaces de tener un arranque de lucidez que nos haga volver a poner sobre la mesa todos los elementos de la cuestión del Sáhara, desde su génesis hasta los desarrollos tragicómicos de estas últimas semanas? ¿Estamos definitivamente vacunados contra el análisis y el debate razonados, y carentes hasta este punto del arrebato de genio que da alas a la imaginación creadora y permite liberar el curso de la Historia?

En realidad, la pregunta crucial, ineludible, que condiciona la resolución de la ecuación del Sáhara es, en mi opinión, la siguiente: ¿qué Marruecos queremos, aquel al cual nos hemos acostumbrado por las buenas o por las malas, cuyo impulso se ve frenado por tantos arcaísmos y, en primer lugar, por la confusión de los poderes y su centralización a ultranza, o aquel que dará nacimiento a un nuevo proyecto de sociedad, en el que serán establecidas las reglas admitidas universalmente de un gobierno democrático, inaugurando así la era de una ciudadanía plena y completa?

La elección entre ambas opciones es la clave del problema. Es inútil volver al balance desastroso de la primera, la única que ha actuado hasta la fecha sobre el terreno. Nos ha conducido a un callejón sin salida y empieza a estar cargada de peligros. Por su parte, la segunda, a pesar de estar dando sus primeros balbuceos, tiene al menos el mérito de sacudir el inmovilismo y abrir otras vías de reflexión y de debate. No pretendo ofrecer una primicia en la materia. Las ideas que van en esta dirección han sido expresadas recientemente, aquí y allá, sobre todo en la prensa, primero con timidez, luego más claramente, aunque en ocasiones siguen estando envueltas de fórmulas consagradas, última concesión a los guardianes del dogma. Así pues, si nuestra opción es realmente favorable a un Estado moderno, un gobierno basado en los principios democráticos y una política social movilizada contra las desigualdades, la solución para el Sáhara se derivará de esta decisión y de la aplicación de sus principios directivos. Para ello, hay que acabar con el dogma que considera que en nuestro país el Estado sólo puede ser aquello que siempre ha sido. ¿Acaso la modernidad tantas veces proclamada hoy en día no es exactamente lo contrario del arcaísmo? ¿Debo precisar que esta revolución en las mentalidades puede lograrse sin por ello tener que dejar en la cuneta algunas de nuestras tradiciones, en primer lugar, para ser claro, la institución monárquica? Una vez solucionado este punto, nada se opone a que tomemos ejemplo de los Estados modernos que han optado por otro modelo diferente al Estado jacobino. Esto va desde una unión de Estados hasta la institución en el marco del Estado central de autonomías regionales plenas y completas, pasando, por supuesto, por el federalismo. ¿No vemos que cada uno de estos modelos, dictado por sendas realidades particulares, funciona con normalidad profundizando la idea y la práctica de la democracia, cuyo ejemplo más cercano a nosotros, y el más reciente en su concretización, es el de España, un ejemplo sobre el que debemos reflexionar y beneficiarnos de su experiencia?

Sé que algunos no dejarán de oponer a este punto de mi razonamiento el argumento contundente de la Historia. A esto responderé que no podemos abstraernos, pero ¿tenemos que ser rehenes suyos? Añadiré que, afortunadamente, la historia de un pueblo no está sólo detrás suyo, sino delante. Al igual que todas las obras humanas, está llamada a ser deconstruida y reconstruida. No es ninguna fatalidad. Un pueblo que no tiene la ambición de ser el dueño de su historia y cambiar el curso de su destino se condena a no ser más que un figurante en una obra cuyos hilos moverán aquellos que son más poderosos que él. ¿Debo recordar, por último, que la Historia avanza mediante acumulaciones sucesivas y también mediante rupturas saludables?

Es esta ruptura sin violencia, razonada, la que reclamo. Podría traducirse, para la cuestión que nos concierne y, más allá, para la nación marroquí, en una iniciativa audaz, firme y transparente, abierta al debate más amplio posible, coronada al final por un referéndum popular. La idea, lo habrán adivinado, es una importante reforma constitucional dirigida a instaurar en Marruecos un Estado de un tipo nuevo, definitivamente anclado en la modernidad y en el que determinadas regiones, en función de la libre elección de sus habitantes, accederán a la autonomía y podrán autogobernarse en el sentido pleno de la palabra, mientras que el Estado conservará las prerrogativas admitidas en casos similares, según un modelo que deberá ser ajustado en función de la especificidad de nuestras instituciones. Es evidente que, en el marco de este proyecto, deberá cuidarse especialmente el componente saharaui, implicando realmente a las poblaciones en el debate, por no hablar de las medidas a tomar, como muestra de sinceridad y de simple justicia, para poner fin a la política de «todo por la seguridad» y para enfrentarse a las urgencias socioeconómicas y culturales. De este modo, los saharauis podrán asegurarse de la veracidad del proyecto que les es propuesto y descubrir no sólo que responde de forma válida a sus intereses y aspiraciones, sino que serán unos partícipes y actores de pleno derecho.

Ésta es una perspectiva mucho más cargada de paz, de esperanza, de desarrollo humano y material y de solidaridad fraterna que la que les promete Mohammed Abdelaziz, que, dicho sea de paso, sigue siendo prisionero de un arsenal dogmático que nada tiene que envidiar al de nuestros guardianes del dogma. Por ejemplo, si tuviera que responder a la carta surrealista que dirigió recientemente a la sociedad civil marroquí, me limitaría a plantearle las preguntas siguientes: ¿qué credibilidad puede darse a un movimiento de liberación nacional del que dos tercios de su estado mayor se han pasado al enemigo?; ¿qué margen de libertad de pensamiento y de maniobra política puede tener dicho movimiento cuando ha vinculado su destino a un poder militar que ha hecho abortar mediante el terror y la sangre el proyecto de liberación del pueblo argelino y sus aspiraciones a un Estado de derecho, similares en todo a las nuestras?

De este modo, una nueva vía, diferente a la alternativa de la independencia o la anexión, podrá ser ofrecida a los saharauis. Evitando los desgarros, la demagogia del nacionalismo y los riesgos de la tendencia violenta, permitirá salir de la crisis mediante un compromiso común para hacer avanzar el proyecto democrático y establecerlo sobre unas bases sanas y duraderas. Y si tengo un mensaje fraternal que dirigir a los saharauis, estén donde estén, se refiere a esto. Cada uno de ellos, mediante su libre elección, tendrá su parte de responsabilidad en la realización o el fracaso de este proyecto. Su decisión será capital para el futuro de nuestra región, ya que si extendemos nuestro análisis al ámbito del Magreb, ¿se puede negar que el único espacio donde está dibujándose una perspectiva democrática real es, por el momento, Marruecos? Si la opción elegida por cada uno de nosotros es realmente la libertad y la democracia, el interés de todos nosotros es salvaguardar este espacio, reforzarlo y hacerlo avanzar hasta la realización plena y completa de nuestras aspiraciones. Desarrollado dentro de este espíritu, ampliará, en nuestra región, el espacio de la paz y de la construcción democrática.

Tras haber empezado con un grito de alarma, me gustaría acabar con una nota de optimismo. Si Marruecos está hoy enfermo del Sáhara, tal vez emprenda a través de este último su curación. La medicación tardará tiempo en dar los resultados esperados, pero no hay que demorar mucho su administración. Para ello hay que alejar de la habitación del paciente a los aprendices de brujo y demás charlatanes y abrir las ventanas para dejar pasar el aire vivificante de la razón y la esperanza. Este cambio de rumbo exige un sentido del Estado y una visión capaz de anticipar el futuro. Con estas bazas es como las citas que un pueblo tiene con la Historia dan sus mejores frutos.

Abdellatif Laâbi
El País, «Opinión», 04/07/2005