Un poeta irreverente

La traducción de Los frutos del cuerpo de Abdellatif Laâbi muestra el lado erótico de la obra del escritor marroquí conocido por su activismo político y su compromiso con la libertad y la democracia de su país.

Un hombre que estuvo preso durante la plenitud de su vida sin dudas necesita desarrollar múltiples personalidades para sobrevivir a sus captores y a sí mismo. Abdellatif Laâbi pasó ocho años en una cárcel de Marruecos, en la década de 1970, acusado de atentar contra la seguridad del Estado. Entró a los 30 años y salió a los 38 y poco después se exilió en Francia, donde vive hasta hoy. Contó la experiencia en una novela titulada Le Chemin des ordalies, que es básicamente el relato de un desdoblamiento entre el hombre habituado al régimen carcelario y el hombre que explora el mundo recuperado como si naciera de nuevo.

 

Al igual que muchos escritores contemporáneos pertenecientes a lo que hasta hace un tiempo se denominaba el Tercer Mundo, Laâbi supo desde muy joven que encarnaba una contradicción entre la dinámica propia de la historia literaria, donde las fronteras tienden a borrarse, y la historia de su país en la que abundan las fronteras políticas, religiosas, económicas, linguísticas, raciales y regionales.

En ese punto de difícil convergencia, Laâbi trató, y sigue tratando, de proyectar sus ideales literarios pluralistas al campo de la política interior y exterior de Marruecos. Traducidos al territorio de lo público, esos ideales significan más democracia, más tolerancia y más libertad. Su trabajo no es nada fácil: escribe en francés, lo que hoy se considera una especie de lavado de cerebro colonialista en su país, y defiende la separación entre Estado y religión, lo que va en contra de las corrientes más poderosas de la ideología musulmana.

Un libro raro
Pero lo que nos interesa es que ese hombre marcado por la persecusión, comprometido con la causa de Marruecos, ese hombre que sigue escribiendo artículos políticos y firmando solicitadas, ese mismo hombre publicó en el año 2003 un libro raro: Les Fruits du corps. En los más de cien breves poemas que pueblan sus páginas, Laâbi se desprende de esa corteza de visiones apocalípticas y agudo sentido de la realidad que caracterizan al resto de sus libros y entrega algo distinto: una serie erótica, una celebración del amor carnal y la belleza de los cuerpos.

Ahora, gracias a la traducción de Leandro Calle y al sello cordobés Alción editora, Los Frutos del cuerpo puede leerse en la Argentina en una edición bilingüe, francés-español. El poeta marroquí, nacido en 1942, ya tenía 60 años cuando publicó el libro, de modo que estos textos eróticos atraviesan una doble barrera de pudor: la de su condición de autor serio y maduro y la de una época en que el sexo se supone una gimnasia juvenil.

Laâbi es consciente de la rareza de su libro y de allí que en su página web oficial (www.laabi.net) lo presente con estas palabras desafiantes: “A algunos los sorprenderá esta vena erótica en un poeta cuya obra suele ser reducida a la experiencia de la cárcel y al tono de denuncia. Tal vez me han leído mal hasta hoy o sólo han leído lo que esperaban de mí. Sin embargo soy imprevisible desde hace mucho tiempo, no por vanidad intelectual, diría, sino por una especie de deontología que me impone un cuestionamiento permanente, una búsqueda de formas nuevas, una exploración minuciosa del inagotable campo literario. De modo que no finjan sorpresa. Es imposible no darse cuenta de que Los Frutos del cuerpo surge de las canteras de mi propia materia literaria: el amor en todas sus acepciones, la aprehensión sensible y sensual de los seres y de todo lo que puebla el universo. Este libro se alza contra la hipocresía y el consumismo. Canta en voz baja la apoteosis de la unión carnal en la suave y violenta locura de amar.”

Siempre es interesante comprobar cómo una voz habituada a la plaza pública sintoniza en la frecuencia de la intimidad y se adapta a las dimensiones de una habitación cerrada. Laâbi lo consigue gracias a un exquisito esfuerzo de contención. No es la herencia un tanto empalagosa del Marqués de Sade, Baudelaire o Bataille la que pesa sobre sus palabras, sino la mucho más leve de la poesía amatoria árabe, cortesana, ingeniosa y sugerente. Un ejemplo clarísimo:
“Ese collar/ que resiste/ a la completa desnudez/ y traza/ una vaga frontera/ entre lo lícito/ y lo ilícito”.
Prácticamente no hay ninguna alusión directa al cuerpo de la mujer y, sin embargo, gracias a ese collar, la silueta apenas esbozada adquiere la temperatura y la textura de la piel femenina. El sentido del pudor es una especie de balanza que mantiene el equilibrio entre el deseo y la ley, genera una tensión, una dialéctica, que no carece de cierta gracia, como lo demuestra este otro poema:
“Rodillas así lustradas/ reflejarían la luna/ cuando nace/ Ellas decretan/ el fin del Ramadán/ cuando acaba de ser anunciado”.

Composición erótica
Esa es la primera pero no la única referencia a la religión en el libro de Laâbi. Los Frutos del cuerpo no está integrado simplemente por una secuencia de poemas eróticos, sino que es una verdadera composición, en el sentido musical del término. Se divide en cuatro partes y cada una de ellas desarrolla una serie de núcleos temáticos sometidos a variaciones.

En la primera parte, luego de la presentación de la mujer amada, se va imponiendo una especie de cosmogonía del amor, en la que los cuerpos se asimilan a islas, hiedras, árboles o constelaciones.
“Sonrisa que se esfuma/ como su astro de origen/ ¿cuántos años luz/ harán falta vivir/ para alcanzar su eclosión?”
También aparece la noción de que el amor, el cuerpo amado, es un don, algo que cae del cielo de forma inesperada.

En la segunda parte, ya en el primer poema, surge la idea del mal, una idea casi cabalística o gnóstica del mal, como un error en una palabra, una sílaba o un acento. Esa nota discordante se prolonga en muchos poemas de la sección a través de sutiles relámpagos de una conciencia que trata de superar las divisiones físicas y metafísicas. Así, por ejemplo, las diferencias de género entre hombre y mujer quedan suprimidas en tres versos:
“Odio la virilidad/ mas no la que te es agradable/ viniendo de mí”.
En otro poema, el juego erótico se transforma en una versión irónica de la dialéctica del amo y el esclavo que las relaciones sexuales reproducen de manera inconsciente: “Cuando tomo/ la iniciativa/ no hago más que obedecer/ Entonces, díctame/ Tú sabes que soy/ un buen escriba”.
Ese “díctame” imperativo que evoca tangencialmente a una “dictadura” altera todo orden jerárquico y a la vez lo restaura y lo conserva intacto para un goce supremo.

En la tercera parte, las referencias a la religión cobran fuerza y la voz entrenada en la denuncia de Laâbi se escucha a través de ese medio tono amatorio:
“Cuando los teólogos/ enturbanados o no/ se meten con el sexo/ eso/ me corta el apetito”.
Pero va un poco más allá de la protesta en contra de los legisladores sexuales, sean éstos sacerdotes o sexólogos, da a entender que el deseo no puede conciliarse con ninguna ética:
“Cuando todo milita/ a favor del deseo/ y sin duda alguna/ se impone el cuerpo a cuerpo/ la virtud se vuelve/ un poco vil”.

En la cuarta y última parte, se opera una retracción a la intimidad biográfica, a las circunstancias personales, y así se multiplican las alusiones a la imperfección de los cuerpos, a la edad, al paso del tiempo y a la idea de la muerte de uno de los amantes (el mismo poeta). El amor al que canta Laâbi es terrestre y de allí esta necesidad de anclarlo a su propia vida y a la de la mujer que lo acompaña (su esposa, Jocelyne Laâbi, nunca nombrada en el libro, pero presente en todas las páginas). Un ejemplo exquisito de este amor añejado:
“En tus manos/ el tiempo se ha ensañado/ pero no ha podido hacer nada/ contra la suavidad”.
Y como se trata de una mujer real y no ideal, la tradición poética del amor cortés, neoplatónico, que se impuso en occidente desde el siglo XI, cuando surgió de la pluma de los nobles poetas provenzales, y se prolongó hasta los poetas románticos del siglo XIX, es invertida en los poemas de Laâbi, dada vuelta, puesta boca abajo, mediante un acto verbal de elegante irreverencia:
“A la elegida/ de mi corazón/ y del resto/ yo no hago mi reverencia/ cuando eso hierve/ y punza/ A decir verdad/ es más bien mi irreverencia/ lo que yo le presento”.

Carlos Schilling,
Deodoro,
Revista de la Universidad nacional de Córdoba (Argentina),
Mayo de 2012