El habitáculo del vacío
Antes de reconocer con humildad
la derrota del cuerpo
un último vaso
a la salud de las palabras
que han cumplido su parte
Compañeras de infortunio
amenas confidentes
de algunas alegrías hurtadas al descuido
Las palabras
osadas e indulgentes
y ahora perplejas
frente
a eso que se llama
— con belleza todo sea dicho —
lo desconocido
Esta noche que se traga el día
con un poco de agua
como una aspirina
La jauría fuera, dentro
no se ha calmado
¡Sangre, sangre!, reclama
¿Qué sangre?
Suavemente
los ojos del testigo
se vuelven a cerrar
sobre la imagen a cámara lenta
de la rapiña
Suavemente
se abren al otro lado
de la luz
y se detienen en una esquina ciega
de eso que se llama
a falta de mejor nombre
la eternidad
En la espera sin llamadas
los testigos del cuerpo
se apagan uno tras otro
El tacto primero
uego el olfato
El oído no capta más
que la vibración del sonido
cuando nace
La vista se fragmenta
y se desmorona
Solo subsiste la irradiación
de una cabeza de alfiler
inalterada
al fondo de los iris
La oscuridad se tiñe
de colores desconocidos
susurrando como hojas
acariciadas por el viento
o por la mano de un jardinero fervoroso
Tras el telón de fondo un pincel invisible se activa
Negro sobre negro
esboza formas abstractas
de las que la geometría está ausente
luego siluetas humaoides
sin brazos
ni piernas
Un cuadro bastante realista
que se podría titular
« El habitáculo del vacío »
Zona de turbulencias
(parte de una antología de próxima publicación.
Traducido por Laura Casielles)