Abdellatif Laâbi nació en 1942 en la ciudad de Fès, Marruecos. En 1963 participa en la creación del Teatro Universitario marroquí y en 1967 funda, junto a otros compañeros, la revista Souffles, un hito fundamental en la vida cultural de Marruecos. La revista fue prohibida en 1971 y Abdellatif Laâbi fue detenido, torturado y condenado a diez años de prisión por su oposición intelectual al régimen. Hacia 1980 es liberado y se exilia en Francia en el año 1985. Desde entonces, vive (con Marruecos en el corazón) en las afueras de París. Es su vida, la primera fuente de una obra plural (poesía, novela, teatro, ensayo) situada en el encuentro de culturas, anclada en un humanismo de combate, una obra construida con humor y ternura. Recibió en 1979 el Premio Internacional de Poesía, concedido por la Asociación de las Artes de Rotterdam ; en 2009 el premio Goncourt de poesía y el Grand Prix de la francophonie de l’Académie française en 2011.
En el manifiesto del primer número de la revista Souffles, usted introduce el término «marasmo» para referirse a la literatura marroquí de los años sesenta. ¿Cuál era la situación y cuál es la situación actual? ¿Salió, la literatura marroquí, del estancamiento que ustedes denunciaban?
El marasmo del que yo hablé en aquella época, era aquel en el que nos había dejado la colonización, aquel que sus ideólogos presentaban como una misión civilizadora: un balance irrisorio al nivel de la educación y la enseñanza, una cultura nacional destruida, folklorizada, inferiorizada, dominada por los modelos occidentales. Es en este contexto en el que es necesario situar la emergencia del movimiento de la revista Souffles y su proyecto en el que se buscaba descolonizar los espíritus, reconstruir nuestra propia identidad, arrojar los fundamentos intelectuales y artísticos de la renovación cultural. Fue de este modo que pudimos subirnos con toda confianza al tren de la modernidad literaria y ocupar allí nuestro lugar dejando atrás nuestro complejo de colonizado. La literatura marroquí actual, según dicen incluso las nuevas generaciones, debe mucho a este salto emancipador de los años sesenta. Es una literatura plural, escrita en árabe clásico, árabe popular, francés y lengua amazighe (berbère). Ella hunde sus raíces en la diversidad cultural del país y se abre resueltamente hacia lo universal.
Hoy se habla de la primavera árabe en todo el mundo. ¿Qué lugar ocupa la literatura marroquí en este acontecer político-cultural?
Creo que la literatura, a semejanza de otras artes y del pensamiento crítico, contribuyó largamente a denunciar la opresión que los regímenes tiránicos hicieron sufrir a nuestros pueblos. Contribuyó a exacerbar la necesidad de libertad, libertades colectivas o individuales. No fue por casualidad que entre nosotros, los intelectuales, hayan pagado un alto precio en este combate por denunciar las injusticias y dar consistencia al sueño de una sociedad regida por los valores y las reglas de la democracia. Lo que hoy se denomina «primavera árabe» no ha llegado por un fenómeno de generación espontánea. Fue preparada durante décadas en condiciones particularmente duras. Hoy, la literatura en Marruecos trata de ocupar su lugar normal incluso si sufre grandes desventajas (analfabetismo de una parte de la población, ausencia de una verdadera política cultural en lo que respecta al Estado, debilidad en el ámbito editorial y de la difusión, rareza en cuanto a las traducciones a otras lenguas).
Usted y muchos escritores del Magreb como Tahar Ben Jelloun, Albert Memmi o Laroui, se encuentran dentro de lo que se podría llamar la «Literatura magrebí de expresión francesa». En la época de Souffles, y en razón de la utilización de la lengua francesa, se los acusaba de ser «producto del colonialismo y cómplices del neocolonialismo» (Souffles, nº 18, 1970). ¿Cuál es su opinión? ¿Qué relación hay entre cultura y lengua?
Puede parecer paradojal, pero la tarea de descolonización cultural se realizó entre nosotros utilizando la lengua del ex colonizador. Los escritores de la generación de mis mayores como los de la mía, tuvieron que escribir en la sola lengua que nos habían enseñado en la escuela colonial. Esto es válido también para un gran número de escritores africanos y antillenses. Imagínese que yo si no hubiera nacido en la parte sur de Marruecos, bajo el protectorado francés, sino en la parte norte, bajo el protectorado español, tal vez hubiese sido un escritor marroquí de expresión española. Dicho esto, si quisiéramos tratar acerca de este tema de manera más amplia, creo que esta relación exclusiva de la literatura a una lengua, un país, una nacionalidad, hoy se ha vuelto caduca desde hace más de medio siglo. Incluso si un escritor maneja perfectamente su lengua materna, puede elegir pasar a otra lengua. Milan Kundera, en el apogeo de su gloria, decidió escribir en francés. Mucho antes que él, Samuel Beckett, había decidido lo mismo. El escritor italiano Antonio Tabuchi, utilizó tanto su lengua natal como el portugués. Sea lo que sea, lo más importante para aquellos que aman la literatura, es lo que hay en la obra de un escritor, no la lengua en la cual se ha escrito. En mi caso personal, y yo supongo que en el suyo también, las tres cuartas partes de los libros que uno lee son traducciones.
El año pasado apareció Maroc, quel projet démocratique?, su último libro. Al mismo tiempo en Marruecos se discutía la nueva constitución. ¿Hay lugar para la democracia en el Marruecos de hoy?
En todo caso, la lucha contra el arcaísmo del régimen marroquí, contra la explotación y las injusticias padecidas no ha cesado con la independencia. Lo más duro se desarrolló bajo el reinado de Hassan II. Un período trágico que los pueblos de América Latina han conocido bien bajo las dictaduras militares. Hoy, nosotros tenemos cierto retraso en relación a ustedes, pues no se trata del reestablecimiento de la democracia sino que se trata de su establecimiento por vez primera en nuestra historia. En este proceso, hubo recientemente algunos avances concernientes a los derechos humanos, la libertad de expresión, los derechos de las mujeres y el reconocimiento de la lengua y de la cultura berbères. No obstante, estamos todavía lejos del Estado de derecho y de instituciones realmente democráticas. Por lo tanto, el combate continúa, especialmente con la oposición al proyecto integrista y el mejoramiento de la instauración de la laicidad.
¿Qué lugar ocupa el Islam, en cuanto cultura, en su literatura y su vida de escritor?
No me hago esta pregunta todos los días pues no soy ni practicante ni creyente en el sentido habitual de los términos. Y cuando me hago la pregunta, respondo a ella como suelo hacerlo en el campo de la literatura, donde trato de forjar mi propia lengua de escritor, donde trato de encontrar mi propia voz de poeta. A las creencias, les aplico este principio: permanecer libre frente a ellas, y de la o las culturas que ellas han producido, libar como la abeja que debe hacer su miel. Es así que del Islam retengo su magnífica literatura sufí, su sentido de la justicia y de la fraternidad cuando se lo interpreta bien. Es decir que mi universo espiritual e incluso mi relación con lo sagrado no se limita a las religiones establecidas. Para mí una búsqueda tal, se puede producir paralelamente o fuera de las religiones. El llamado arte profano es una de las mejores ilustraciones de esto.
Acaba de publicarse en Córdoba, Los frutos del cuerpo (Alción, 2012). Muchos de sus libros han sido traducidos al español. ¿Qué opinión le merece la recepción de su obra en América Latina?
Por el momento, esta recepción permanece confidencial, ¿no le parece a usted? A pesar de ello, dicha recepción me llena de alegría pues tengo un lazo afectivo e intelectual privilegiado con los pueblos y las culturas de ese continente humano. Sin querer halagar, pienso que las literaturas latinoamericanas se encuentran entre las más vivas, las de mayor inventiva a escala universal, y son aquellas que mejor comprendieron una cosa que me es particularmente cara: que la literatura gana cuando está más cerca de la vida, de las dichas y desdichas de la condición humana, y además cuando trata todo eso con un arte consumado del humor destructor de las ideas recibidas de los poderes vampíricos y de la estupidez corriente.
Reportaje por Leandro Calle
Revista X La Voz del Interior, Mayo de 2012